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El último elemento
que Pedro María Perales tenía en las manos para defender a Judas Iscariote era
el elemento teológico. Los anteriores habían sido el histórico, en su doble
dimensión: político-social y religioso. Ahora, se trataba de un elemento más
complejo: el elemento teológico. Es decir, cuál es la perspectiva global del
plan de Dios de la vida de Jesús de Nazareth. Y para eso se valía del evangelio
de San Juan 12,20-24: “Había algunos griegos de los que subían a adorar en la
fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron:
«Señor, queremos ver a Jesús.» Felipe
fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les
respondió: «Ha llegado la hora de que
sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo; pero si muere, da mucho
fruto”.
El mismo Jesús hablaba de la
hora. La hora, no era el tiempo de la revolución política, como esperaba el
pueblo de Israel. Era la hora del cumplimiento de las promesas mesiánicas
escatológicas. Por eso, el elemento del que quería valerse Pedro María era más
complejo. Porque se trataba de la comprensión global que se encuentra en la
misma Biblia.
Además Pedro María ya no podía
detenerse. Hubiera sido catastrófico para Clementina que se hallaba ansiosa por
comprenderlo todo respecto a Judas. Sin duda que ya Clementina no miraba a
Judas con miedo. Ahora le parecía cercano y familiar. Sentía que se le había
despertado por él una simpatía especial. Sentía un no sé qué de afinidad y de
cariño por él, gracias a su esposo, por supuesto. Y no sabía a quién admirar
más, si a Judas por lo que hizo, o a su esposo, por lo que estaba haciendo, por
lo menos en ella.
— Se trata de la hora. No lo
olvidemos, Clementina – repuso Pedro María, para asegurarse que su esposa se hallara en sintonía. Y continuó:
Los evangelios hacen constante referencia a esa alusión, sobre todo el
evangelio de San Juan. El mismo misterio de la hora. Exactamente así nos lo ha
comunicado el Evangelio. Por eso encontramos repetidas muchas veces la
referencia de Jesús en su vida pública a la constante "mi hora".
Expresión que se encuentra ya desde la pérdida de Jesús en el Templo. Y
continúa en las Bodas de Caná. Y así sucesivamente: "todavía no ha llegado
mi hora". Hasta llegar al momento del Huerto de los Olivos, en donde
Jesús, ya la proclama definitivamente: "ha llegado mi hora".
Su vida pública la inaugura,
según el evangelista San Lucas, una vez que estaba en el templo, declarando
sobre la hora. Nos dice el evangelista, que: "Jesús fue a Nazareth, el
pueblo donde se había criado. En el día del reposo entró en la sinagoga, como
era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer
el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba
escrito: "el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad
a los presos y dar la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor". Luego Jesús cerró el libro, lo dio
al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los que estaban allí seguían
mirándole. Él comenzó a hablar, diciendo: Hoy mismo se ha cumplido las
Escrituras que acabáis de oír"... Y todos estaban admirados...
Se trata de la hora. El
Evangelio nos lo coloca en boca de Jesús al decirnos que "hoy mismo se ha
cumplido las Escrituras que acabáis de oír". Y desde ese momento comienza
el ministerio público de Jesús. Y toda su vida se encamina hacia la cruz: en
ella muere y muriendo da vida.
Por otra parte, el mismo
evangelista San Juan (11,45-56) nos cuenta que: “Muchos de los judíos que
habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero
algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron lo que había hecho
Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y
decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos
que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro
Lugar Santo y nuestra nación.» Pero uno
de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros
no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el
pueblo y no perezca toda la nación.»
Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote
aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación - y no sólo por la nación, sino también para
reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde este día, decidieron
darle muerte. Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que
se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraím,
y allí residía con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua de los judíos, y
muchos del país habían subido a Jerusalén, antes de la Pascua para purificarse.
Buscaban a Jesús y se decían unos a otros estando en el Templo: «¿Qué os
parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?”.
Prácticamente, todo el evangelio
de San Juan insiste en la misma idea. Citemos algunas para comprobarlo. Juan
10,31-42: “Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le
rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas tenernos en vilo? Si tú
eres el Cristo, dínoslo abiertamente.»
Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras
que hago en nombre de mi Padre son las
que dan testimonio de mí; pero vosotros
no creéis porque no sois de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz; yo las
conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará
de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie
puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» Los judíos trajeron otra vez piedras para
apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he
mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?» Le respondieron los
judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia
y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios.» Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra
Ley: = Yo he dicho: dioses sois? = Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios - y no puede fallar la Escritura - a aquel a quien el Padre ha santificado y
enviado al mundo, ¿cómo le decís que
blasfema por haber dicho: "Yo soy
Hijo de Dios?” Si no hago las obras de
mi Padre, no me creáis; pero si las
hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el
Padre.» Querían de nuevo prenderle, pero
se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al
lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron
donde él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan
de éste, era verdad.» Y muchos allí creyeron en él”.
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