viernes, 23 de diciembre de 2016

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                Por otra parte, muchos de los salmos hacen referencia a esa misma idea, en donde se hacía constante la enseñanza de la espera mesiánica real del pueblo de Israel. El salmo 78, por ejemplo, era su claro reflejo. Lo que significaba que se trataba de una enseñanza constante, y que era un recordatorio. El salmo se encargaba de recordarle a los israelitas las hazañas de Dios a favor del pueblo y con ello se mantenía la certeza de saber que jamás Dios los abandonaría. No lo había hecho antes. Tampoco lo haría ahora.
             Muchos otros salmos se sumaban a la lista de esa certeza. Así el 2 el 72 y el 110 confirmaban a nivel del pueblo la presencia de Dios. También los profetas, como Isaías y Jeremías se hallaban en esa línea, aunque muy en el fondo era el mesianismo profético lo que ellos anunciaban. Pero, el pueblo interpretaba con más facilidad que se trataba del mesianismo real. Es decir, un rey y un reino. Se trataba de uno de la familia de David.
                En esa enseñanza fue criado Judas Iscariote. Con toda seguridad, desde esa óptica histórica y de expectativas, tenías las mismas esperanzas de un reino al estilo de David. ¿Por qué, entonces, no comprender la nota que añade el evangelista San Marcos en el relato de la traición de Judas, “uno de los doce?”
                El problema que veía Pedro María era que en el caso de la historia de Jesús de Nazareth y toda su circunstancia, y con ello, Judas Iscariote, era la visión cristiana con la que se leían los evangelios. Es decir, que no se leen los evangelios pensando en su entorno circunstancial histórico, sino desde las perspectiva actuales. De hecho, cuando Pedro María le había comentado a algunos de sus amigos que pensaba defender a Judas Iscariote se habían sorprendido. ¿Cómo es posible que Ud. vaya a hacer semejante cosa? ¿No ve que Judas traicionó a Cristo? Y ahí es donde estaba precisamente el problema para Pedro María porque por más que diera todas las explicaciones y alegara la gente pensaba desde los momentos actuales y no desde la historia y desde los hechos concretos. Sí; eso lo sabemos nosotros, dos mil años después, que vemos y comprendemos y nos enseñaron que Jesús es el Hijo de Dios. Pero, ellos, los que vivieron con él en la inmediatez del tiempo y circunstancias concretas, no lo veían así. Ni siquiera suponían que era cierto lo que decía. Simplemente lo consideraban un loco de atar o de traicionar, como lo había hecho Judas Iscariote.
                Y aquí radicaba el problema de Pedro María y el problema de la no-comprensión histórica de la historia. De esta aparente repetición estaba consciente Pedro María. Bien sabía que no se trataba de una tautología o de una repetición caprichosa de palabras. Sabía que no es una repetición decir una comprensión histórica de la historia porque con ello quería pensar que se trataba de una fidelidad histórica y de una fidelidad a la historia. Es decir, que se trataba de ser fiel a los acontecimientos, según las circunstancias en que sucedieron. Esto supone, ciertamente, un estudio serio y pormenorizado de los acontecimientos que se estudian, en los que hay que considerar causas y orígenes, motivos y motivaciones. En otras palabras, una filosofía de la historia. De lo contrario, se corre el peligro, como de hecho sucede de mal interpretar muchos acontecimientos que se estudian. Y era lo que Pedro María veía que sucedía en el caso de Judas.
                Pensaba, según su lógica, que a Judas había que estudiarlo desde el pensamiento judío de la época y no desde la visión cristiana actual, con prejuicios y visiones globalizantes, sino concretamente en su circunstancia. Por eso se arriesgaba, so pena de ser incomprendido. Pero que sentía que era un asunto de conciencia escandalizara quien se escandalizara. Su conciencia no le reprochaba nada al respecto. Todo lo contrario. Además, se trataba de comprender a Jesús, por un lado, y a Judas, por otro, en la misma línea del judaísmo y no desde el cristianismo. Pues, en ese sentido, con la ayuda de algunos autores que había leído se trataba de ubicar las cosas en sus circunstancias histórica, ya que Jesús, e igualmente Judas Iscariote, no eran cristianos, sino hebreos. En el caso de Jesús, por ejemplo, no iba a Misa ni seguía alguna otra ceremonia el domingo; iba a las funciones el sábado. Pedro María se valía del aporte de Franco Galeone. Jesús no hablaba el griego ni el latín, sino el hebreo y el aramaico, dos lenguas semíticas. Se asemejaba a los otros hebreos, y tenía una madre hebrea; es decir, judía. Nadie lo llamaba Padre o Reverendo, sino Rabbí, o sea Maestro. No leía el Nuevo Testamento ni se imaginaba que fuese inspirada por Dios; leía la Biblia, es decir, el Antiguo Testamento y pensaba que era la Sagrada Escritura. No rezaba el rosario ni entonaba las letanías; pero sí recitaba los salmos, como en las tentaciones en el desierto y en la agonía de la cruz. No celebraba Navidad o Noche Buena, sino el Shavuoth y Pesach; es decir, fiestas propiamente judías. No hacía una comunión sino el Seder. En otras palabras, Jesús no era cristiano sino un hebreo, un judío. Y también Judas Iscariote.

                Entonces, ¿por qué no leer los acontecimientos desde sus circunstancias históricas?

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