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Clementina no olvidaba el nombre
del pueblo del que estaban hablando. Sabía que se trataba de Israel. Lo
recordaba con facilidad porque relacionaba el nombre con su tío-abuelo que se
llamaba Israel. De manera que pensaba en su tío y pensaba en Judas y en el
pueblo de Judas. Y así no olvidaba. Una relación interesante, en todo caso.
El otro elemento a favor de la
defensa de Judas que alegaba Pedro María era el religioso. Todavía se le podría
perdonar a Jesús de Nazareth el hecho que fuera un charlatán y hablador. Está
bien que hable y que desvaríe. Tal vez no haya sido el primero o que tenga
complejos de megalomanía. Es decir, que desee ser poderoso y grande, sin poner
ni tener los medios. Todavía se le podría perdonar. El problema, sin embargo,
es otro. Es propiamente religioso. Es decir, interno al propio pueblo que
tocaba la esencia misma de sus tradiciones y costumbres. Y Jesús iba en contra
de muchas de esas tradiciones existentes. Lo que significaba que ya era un
problema interno. Y, por consiguiente, de extrema gravedad. Había que hacer
algo. Y urgente. Ya lo proponía alguien del grupo de los que decidían en el
pueblo: “es necesario que muera uno y no que perezca todo el pueblo”. O lo
dejamos y nos atenemos a las consecuencias, que no se sabrán; o, lo eliminamos
y nos evitamos serios problemas. Porque, se podría alegar, para no hacerle
caso, que en el caso de la liberación del pueblo era un fanático y un romántico
que añoraba un reino para todo el pueblo, aspiración generalizada; pero, que se
meta con las propias tradiciones para criticarlas y para decir que así no era
como quería Dios. Más aún, que se haga llamar hijo único de Dios y desde ese
calificativo se atreva a contradecir la interpretación de los maestros y
sacerdotes de la Ley
de Moisés, ya es el extremo.
De hecho ¿no decía que el sábado
no era importante, sino la persona? Esto iba contra la esencia del cumplimiento
de lo que Dios había prescrito sobre el descanso en el séptimo día. ¿Qué se
habrá creído este hombrecito de Galilea? ¿Y las costumbres del pueblo que
siempre lo había guardado con seriedad?
No solamente eso. También se
había metido con el templo de Jerusalén y había dicho que lo derribaran y que
él era capaz de reconstruirlo en tres días. Además de hacer semejante
afirmación se atrevió a sacar a la gente que ofrecía el culto a Dios, prescrito
por Dios mismo, dado a los patriarcas a través del tiempo. ¿No era el templo el
orgullo del pueblo y la certeza de la presencia de Dios en medio de su pueblo?
Se atrevió a decir que todos los
alimentos son puros y que nada hay impuro. Lo que significa que estaba diciendo
que se podía comer cochino. ¡Y esto no puede ser!
¿No estaba, además, prohibido
tocar a un leproso o tocar a un muerto, por considerar que se incurría en
impureza? ¿Entonces? ¿Y no se la pasaba tocando a los leprosos y volviendo a la
vida a los muertos? ¿No es eso incurrir en impurezas? ¿Dónde quedan, pues, las
normas y los reglamentos y las leyes de Dios?
No le bastaba eso. Todavía hay
más. Se tomaba el descaro de decir que los que hacían todo eso, y no lo que él
estaba proponiendo, eran unos falsos y unos hipócritas. ¡Verdaderamente! ¿Qué
se habría creído?
¡Un falso maestro! No hay otra
definición. Además, si se aplica la ley se encuentra el fundamento para
condenar a Jesús en el libro de Deuteronomio 17, 12: “El que por arrogancia no
escuche al sacerdote puesto al servicio del Señor, tu Dios, ni acepte su
sentencia, morirá”. Lo que significaba que no había otra salida. Se puso de
bocón. No respetó el orden establecido según la misma Torá. Pues, entonces, hay
que aplicarle el castigo merecido.
Y, ¿Judas no había hecho lo
correcto? Por supuesto que sí. Sin dudas. Además, alguien tenía que hacerlo. No
solamente tenía, estaba en la obligación y en conciencia a hacerlo. ¿No será
ese el sentido de Marcos al decir “uno de los doce?” Tenía que prevalecer el
propio pueblo y sus tradiciones. Porque, por un lado, quería liberar al pueblo
sin tener los medios para lograrlo. Y, por otro, ponía en verdadero peligro la
estabilidad interna del pueblo al ir contra sus costumbres. Ciertamente, Jesús,
era una amenaza desde el lado que se le mirara.
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