viernes, 23 de diciembre de 2016

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                Se añaden otros elementos fundamentales históricos, en la misma línea de la parte anterior, para que Pedro María saliera en defensa de Judas. La esperanza de un reino al estilo davídico estaba latente en los momentos de Jesús de Nazareth. Jesús parecía realizar y cumplir la intervención de Dios. Muchos lo habían seguido con esas esperanzas. Tres años eran suficientes para organizar la manera de declararse en armas contra el sistema político. En esos tres años se camuflarían y se estudiarían las estrategias militares. Tiempo suficiente para encomendar tareas de espionaje y verificar los puntos débiles del enemigo. Y más que necesario para adquirir armas y realizar entrenamientos y todo lo esto suponía. Aún, para encontrar gente que les financiara el posible levantamiento. Y habían sido los tres años que le habían dedicado al nuevo líder.
                Pero resulta que en estos tres años no hubo nada de todo esto que se esperaba. Ni armas, ni entrenamientos, ni estrategias, ni espías, ni comisiones especiales. Y lo que es peor, ni siquiera una referencia de odio o algo semejante contra los opresores y enemigos. Todo lo contrario. Había que amar a los enemigos. Y perdonar hasta setenta veces siete.
                Y el líder volvía hablar de que era el esperado, el Mesías. Algunos se retirarían desde el principio. Otros todavía esperarían para ver cómo irían las cosas. ¿Para qué? Alguna influencia les ejercería, sin duda, porque hasta se atreve a retarlos: ¿Uds. también se quieren marchar?
                Algunos de los que lo seguían se atrevieron a desafiar al líder: Bueno, ¿cuándo será todo esto, cuándo será el nuevo reino? Tal vez haya mucho de ironía en esta petición, ya que se podría decir, que cómo se iba a lograr ese reino, si no se tomaban las armas. Otros, por si acaso les tomaban la delantera, les sugieren que cuando se dé el golpe final, por favor que los coloquen uno a la derecha y otro a la izquierda. Como diciendo, en los buenos puestos.
                No en vano la gente llamaba a Jesús de Nazareth el hijo de David. Ciertamente, porque en él se cifraban todas las esperanzas del cumplimiento de todas las expectativas. Para nada. Porque cuando se le presenta la oportunidad de prendérsela contra el gobierno declara que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Si, precisamente, es contra el César que va la cosa. Entonces, ¿qué está pasando? Las cosas de seguro que no andaban bien.
                Lo peor de lo peor es que comienza a hablar de su muerte y de la hora. ¿Será que está tan decidido que se va dar a la pelea hasta morir para conseguir la liberación del pueblo? Se acerca la hora, repite con cierta insistencia y desde cierto tiempo. Claro que sí. Es la hora del golpe. Pero, ¿y las armas, la estrategia, y el apoyo de otros grupos? No se ven. Y, ¿entonces? Sin dudas que había que llevarse las manos a la cabeza en confusión.
                Para colmos, huye cuando la gente lo quiere proclamar rey. ¿No era la gran oportunidad? Ya considerado el líder a nivel general era más fácil organizar y organizarse. Y eso le daría todo el apoyo económico, social y revolucionario. Pero rechaza esta posibilidad. Ciertamente, que era un líder que tenía de todo, pero de militar y estratega, nada. La gente lo seguía. Hechizaba con su palabra. ¿Para qué?

                No era más que un charlatán, un hablador y un soñador. Todos los elementos históricos así lo evidenciaban. Había que hacer algo. Lo menos que se podía hacer era ir a negociar con los jefes del pueblo. Lo otro sería montarle un atentado y eliminarlo. No. Mejor ir a los jefes, quien quita que hasta me den un buen trabajo o me hagan un reconocimiento por colaborar con el pueblo al eliminar a un revoltoso que no hace más que confundir. Imagínense que va a tumbar al gobierno y no tiene ni una piedra para romper los vidrios. Y ni siquiera ha hecho entrenamiento, por lo menos, para correr. ¡Verdaderamente, es el colmo!

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