viernes, 23 de diciembre de 2016

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                Pedro María tenía suficientes convicciones para aventurarse a lo que se iba a aventurar: dedicarse a la defensa de Judas Iscariote.
                El primer elemento que poseía en las manos no podía ser otro que los mismos evangelios en donde se cuenta la acción de Judas. Y el texto base en el que quería fundamentarse era el Evangelio de Marcos. Había leído, en su rutina de lector inquieto, que el Evangelio de San Marcos había sido el primer evangelio escrito y en el que Mateo y Lucas se habían inspirado para escribir sobre Jesús de Nazareth. El Evangelio de Marcos es considerado, de hecho, el texto con más rigurosidad histórica en relación a la vida de Jesús. Así, leía en Marcos 14:10-11 “Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento oportuno”.
                Lo curioso es que en esa cita, Pedro María encontraba ya la primera pista para salir en defensa de Judas. Se valía, por supuesto de algunos exegetas y estudiosos en la materia, aunque no trataban el tema propiamente en cuestión, como de un Joachin Jeremias, Jean Galot, Christian Duquoc, Schillebeecbxc, Vincenzo Battaglia, Karl Rahner, Moioli, Bernard Sesboue, Bruno Forte, Walter Kasper, Ignace de la Potterie, Hanimann; y, muchos otros. Aunque se había quedado con mucha curiosidad por leer la obra de Blinzler sobre las interpretaciones de la traición de Judas. Pero no le había sido posible por no hallarla ni aún con algunos amigos suyos que poseían buenas bibliotecas personales.
                Así, Pedro María veía que Marcos dice que había sido “Judas Iscariote, uno de los Doce”. Ciertamente, identificaba al personaje con nombre propio: “Judas”. Pero, añade, inmediatamente, la salvedad: “uno de los doce”. Y aquí Pedro María se emocionaba al encontrar que el evangelista Marcos identificaba al personaje pero también lo justificaba. Encontraba en la anotación inmediata, uno de los doce, la justificación de Judas.
                Pensaba que al evangelista añadir esa anotación justificatoria estaba pretendiendo decir que así como fue Judas pudo haber sido otro. Sólo que Judas se adelantó. En la expresión “uno de los doce”, Pedro María encontraba cosas no dichas expresamente, pero ocultas. Así, entresacaba de la frase la idea de que ya todos estaban desencantados con Jesús, y que uno de los doce, tal vez el más decidido, había tomado la iniciativa. Y que tarde o temprano, cualquier otro, de los doce, hubiese hecho lo mismo. Y era, precisamente, lo que San Marcos estaba diciendo. No otra cosa. ¿Por qué, entonces, no se es fiel al texto? se preguntaba con cierta impotencia e indignación hacia la historia, que siempre había condenado a Judas. Y consideraba, con razón o sin ella, que lamentablemente no se era fiel al texto por no hacerse una lectura fiel de lo que el texto decía. Porque muchos de los errores en la interpretación de muchos relatos e historias está, precisamente, en no saber leer con fidelidad lo que está escrito. Quizás, como él era periodista y locutor de vocación, tenía bien desarrollada esa sensibilidad de lector.
                Respecto a la fidelidad en la lectura, ciertamente, era muy detallista. Y pensaba que leer es un arte. Y, como todo arte es bello, es puro, es cristalino, es una magia. Es una comunicación entre quien escribió y quien está leyendo. Y es una hermosa obra de arte que exige saber ser fiel a su autor y a su interlocutor. Ya que quien escribe quiere comunicar una idea. Para que quien lea pueda captar la idea de quien escribe. Pero tiene un tercer elemento. Y es quien escucha y que es el receptor. En el caso de la lectura en público. Porque se trata de leer una idea en función de la misma idea para el oyente. Es decir, de una comunicación. Y en su más elemental sentido. De manera, que una lectura ha de ser fiel a la idea escrita, pues, de lo contrario, una idea pierde su verdadero sentido y adquiere muchos otros de la idea original. Lo que exige saber lo que se está leyendo y respetar todos los signos y símbolos de la escritura. Es como si se pusiera un semáforo y no se respetara, o, las mismas señales de tránsito y se ignorara todo el orden que se quiere dar a la circulación. Resulta un caos. Lo mismo, con la lectura en público. Entonces, podríamos decir, que todos manejamos, pero no todos somos choferes; o que todos sabemos leer, pero no todos somos buenos lectores. Al respecto, pensaba, que muchos de los que tienen la gran responsabilidad de transmitir las ideas escritas de cualquier texto, públicamente, a veces no tienen el suficiente respeto de la comunidad a la que están leyendo el texto en cuestión. Porque leen como pueden y no transmiten con fidelidad la idea escrita, tal como está escrita.
                El otro problema que Pedro María veía en de la fidelidad a la escritura es el de darle entonaciones personales, muchas veces emotivas, que en vez de hacer agradable lo que se escucha, entorpece el buen gusto y produce dispersión en la atención de la idea. Esas entonaciones no son sino vicios personales, fruto de emociones de quien lee y no de quien ha escrito lo que se está leyendo. Eso queda maravillosamente bien para el teatro o para la poesía recitada que exigen interpretación del personaje. Lo que supone que quien lo hace sea un actor o una actriz. Así, una lectura adquiere "subjetivismo" y pierde toda su objetividad. Y ese subjetivismo no es otra cosa que vicios y resabios de la persona que lee. Se  puede muy bien decir, que una lectura por muy espiritual que sea, no puede ser a la hora de leerse en público una lectura espiritualizada. Porque son dos cosas diversas, una lectura espiritual y una lectura espiritualizada. Lo segundo es un peligro y un resabio, que en vez de embellecer la lectura la entorpece.
                Todo esto que pensaba lo aplicaba en el texto del Evangelio de San Marcos. Pensaba que una mala lectura lleva a transmitir ideas no implícitas en la idea impresa en la escritura. Por consiguiente, era tergiversar el sentido y dar otros sentidos. Y, aquí, pensaba que históricamente se cometen y se han cometidos grandes errores y faltas de respeto múltiples: primero a cualquier autor mal leído. Si se lo ha leído mal se le interpreta mal. Después a los auditorios a quienes se les lee los textos: se les falta el respeto porque se les transmite una idea distinta de la escrita. Y eso mismo se aplica, pensaba, a los textos de la Biblia.
                Todo esto era el primer resultado que sacaba Pedro María Perales. Consideraba que en el caso de Judas, se le juzgaba mal, por una mala lectura del Evangelio de San Marcos. Pero no sólo pensaba así. Tenía todos los elementos históricos, tomados de la misma Biblia y evangelios, para comprender la decisión de Judas y que será elementos de los siguientes apartados de este relato.


                A Clementina le brillaban los ojos con un brillo especial cuando Pedro María le explicaba todas estas cosas. No se movía de su silla de mimbre donde se sentaba a escucharlo. ¿Cómo sabrá tanto de eso? Porque ella misma se iba convenciendo más que su esposo tenía mucha razón en lo que iba diciendo. Por lo menos a ella le parecía muy bonito e interesante. Nunca había oído hablar a nadie así de ese tema y con tanto dominio. La atención que ella mostraba en escucharlo le daban, por otro lado, a Pedro María más confianza en el tema y le daban la certeza de no estar tan descabellado en lo elementos que poseía para defender a Judas Iscariote. Ya no podía detenerse en la aventura que se había lanzado. Y esto por dos motivos principales: por uno, su inquietud y su afán de estudiar el caso que le entretenía el entendimiento y sus ratos de ocio; y por otro, la misma Clementina, que le preguntaba cada vez más, porque ya la curiosidad era una con ella y estaba hechizada por la manera de hablar de su esposo. 

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